Incluso en Sotogrande pasan cosas. Ese enclave residencial diseñado para que los ricos disfruten de la vida a la perfección ha cumplido 50 años de existencia, e inevitablemente tiene ya una historia, o muchas.
El fundador, Joseph McMicking, quiso mantener su paraíso lejos del mundanal ruido, inaccesible para toda persona ajena, y lo consiguió. Durante mucho tiempo, peso lo que ocurría en Sotogrande apenas trascendía nada, pese a encontrase tan cerca, por ejemplo, de Marbella, abierta siempre de par en par. Los años le han dado un nuevo perfil, como a todo, pero sigue siendo terreno muy poco dado a la noticia.
En estas cartas que envía a una amiga, Joaquín Santaella, vecino del lugar, levanta la verja de entrada y, con un tono amable, va arrastrando al lector de uno a otro personaje, de una a otra casa, de una a otra historia, hasta completar un estupendo retrato de Sotogrande que no tiene precedentes. Entre los numerosos invitados que desfilan por estas cartas, los hay tan sorprendentes y novelescos, quién lo diría, como el propio Don Quijote, pero a fe que son reales como usted.
Para quien no sepa aún nada de Sotogrande, hay que decir que se encuentra en las hermosas tierras de San Roque (Cádiz), a orillas del Mediterráneo, en esos kilómetros fronterizos en los que se atlantiza, y sepan que se escogió ese lugar después de haber buscado localización por todo el mundo, de lo que se deduce que tiene buenas prendas.
